cristo coro

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domingo, 1 de julio de 2018

Dios se deja oir



La historia de Abraham comienza con una llamada. Dios se deja oír. El Dios que se dirige a Abraham es un Dios íntimo al hombre, le habla desde dentro. Es el Dios del corazón. Abraham no debe hacer nada típicamente religioso para que Dios comience a hablar con él, sino que en el corazón advierte una voz, sigue una intuición surgida en él que nunca antes ha captado.
Algo absolutamente nuevo, no habitual, se está despertando en el corazón. No es una presión. No lo aplasta. Abraham comienza a captar una intuición, a detenerse en ella, a evaluarla, a pensarla, a observarla, hasta que, poco a poco, hasta voz se hace más explícita. Abraham se experimenta como uno al que se le dirige la palabra, pero que él le capta desde dentro, en el corazón.
Una voz, una intuición que, no obstante, comienza progresivamente a orientarlo fuera de sí, porque a medida que acoge esta voz y se familiariza con ella se refuerza su conciencia de que debe de haber Alguien que le habla. En Abraham estamos observando el despertar de lo que podemos llamar “relación”: la relación que tiene una fuente fuera de él y que lo escoge como interlocutor suyo, como el tú al que se dirige. La palabra es cada vez más familiar, es del corazón, y Abraham la logra descifrar.
La relación es tan atenta, tan solícita, que Aquel que le habla se dirige a Abraham al modo de Abraham, según su horizonte cultural y lingüístico, de manera que Abraham pueda descifrar lo que se está despertando dentro de sí. Al lector se le dice inmediatamente que es Dios, el Señor, quien se dirige a Abraham. Per Abraham le está descubriendo poco a poco. Lo que capta es que el Otro -aquel que para el lector es el Señor-, le está diciendo que abandone su tierra, su país, su parentela (cf Gen 12,1)
Se le dice que deje la casa, llamada “la casa de tu padre” y que se encamine hacia un país que el misterioso interlocutor le indicará. La Palabra lo saca de la patria y de la casa del padre. Lo empuja a dejar, a abandonar, a encaminarse haca un lugar que se le mostrará.
Para Abraham está claro qué es lo que deja, lo conoce muy bien. Pero le es desconocido hacia dónde le dirige la voz misteriosa. Este movimiento que prevé el abandono de la situación actual, las relaciones y los lugares conocidos, lo orienta no hacia un lugar -porque Abraham no lo conoce-, sino hacia Aquel que llama.  Abraham es cada vez más consciente de que se está estableciendo una relación mutua entre él y Dios: Dios que llama, Abraham que acoge la llamada: Abraham que deja lo que tiene y lo que conoce y Dios que sabe adónde lo llevará, pero qe no se lo ha dicho todavía a Abraham. De este modo, Abraham aprende a relacionarse. Poco a poco comprenderá que, si quiere caminar, deberá hablar con el Señor, porque el Señor sabe adónde lo lleva. El Señor posee el secreto que a Abraham sólo le será desvelado poco a poco. Abraham caminará así.
En Marko Ivan Rupnik, Según el Espíritu, pp. 75-77.