Siendo esposa del Señor, enteramente unida a Él e invitada a
vivir en su Corazón, estás igualmente unida a toda la humanidad. El Corazón de
Jesús es tan vasto como el mundo, hay sitio para todos. Has abandonado el mundo
para pertenecer a tu Esposo, y por lo mismo, te encuentras en el corazón del
mundo. Has abandonado toda preocupación para no vivir más que para el Amado, y
así, llevas la preocupación de toda la Iglesia (2Co 11,28). Te enraízas cada
vez más profundamente en la Iglesia, la esposa santa de Cristo, sin mancha, ni
arruga, ni falta (Ef 5,27). Con ella y en ella, te vuelves madre de la
humanidad. Todo el género humano se vuelve tu familia, confiado a tu solicitud
amorosa.
Estás libre, desprendida de todos y de todo, y por eso
mismo, más que nunca, estrechamente unida a todos. Tu horizonte se vuelve
ilimitado. Llevas toda la humanidad en tus brazos. Tu virginidad te vuelve
aparentemente estéril, pero tu Esposo hace de su esposa “estéril” una “madre
feliz de hijos” (Sal 113,9). Como esposa de Cristo, participas en su misión
redentora. Con Pablo puedes decir: “¿Quién desfallece que no desfallezca yo?,
¿quién cae que yo no me abrase?” (2Co 11,29). El Reino de Dios es tu pasión, no
conoces descanso en tanto que Dios no sea todo en todos (1 Cor 15,28).
W Stinissen, Escondidos
en el Amor. Manual de vida Carmelitana.