Lo más importante no es lo que
nosotros decimos, sino lo que Dios dice, a nosotros y a través nuestro.
Nuestras palabras son superfluas e ineficaces si no vienen de dentro. No
buscamos el silencio por sí mismo, sino para poder escuchar. La revelación
divina hecha a nuestro Padre san Elías nos indica el camino. No le fue dado ver
a Dios sino oírlo. Pudo experimentar a Dios en el susurro de una brisa
suave cuando el ruido del terremoto y del huracán había cesado (1R 19,12-13).
Piensa con gusto y a menudo en esta intensa escucha de Elías. El susurro de la
brisa suave nunca faltará, pero no puede ser percibido más que si uno se aparta
de todo ruido, haciéndose todo oídos para esta “música callada” (CB 15).
En el Carmelo, la guarda del silencio
no es un precepto entre muchos otros. El silencio es una actitud fundamental.
Ahí donde no reina el silencio, hablar de atención amorosa no tiene sentido. El
silencio no es una penitencia ni una mortificación. Es una puerta abierta que
da acceso directamente a la vida misma de Dios. Cuanto más silencioso eres, más
estás en la longitud de onda de Dios. Oración y silencio son como vasos
comunicantes: cuanto más profunda es la oración, más intenso también es el
silencio. Y cuanto más profundo es el silencio, más receptivo eres a la voz de
Dios.
Hay un silencio exterior y un
silencio interior. El silencio exterior es una ayuda y un camino para el
silencio interior, una ayuda que no es siempre absolutamente necesaria y menos
aún absolutamente eficaz. De hecho, no es imposible vivir en el ruido del mundo
con un alma silenciosa, y es perfectamente posible vivir en una celda
silenciosa y solitaria con un alma ruidosa. Dicho esto, podemos estar seguros y
ciertos de que cuando el silencio exterior es descuidado, hay pocas posibilidades
de alcanzar el silencio interior.
Uno de los grandes enemigos del
silencio –exterior tanto como interior- es la precipitación. Actuar con
precipitación significa no adaptarse al ritmo de Dios, estar acaparado por el
trabajo y no llegar a soltarlo, arrastrarlo tras de sí como una pesada carga
perfectamente inútil. ¿Cómo puede Dios hablarte si estás siempre ocupado? ¿Cómo
puede ponerte algo en las manos si están ya llenas?
Traducido del libro de Wilfrid STINISSEN,Cachés dans l’Amour. Manuel de vie
carmelitaine, Ed. du
Carmel, 1911.