“Es imposible aportar nada a nadie
sin buscar y ver en cada cual todo lo bonito que tiene, porque identificando lo
malo, lo feo, lo torcido no se ayuda a nadie. Cristo miró a todos los que
conoció, tanto a la prostituta como al ladrón, advirtiendo la belleza escondida
en cada uno de ellos. Tal vez fuera belleza torcida o dañada, pero era belleza
por donde se mirara, y lo que Él hizo fue llamarla a voces. Esto es lo que nos
corresponde hacer con los demás. Pero, para ello, primero debemos ser puros de
corazón, de intenciones y mostramos abiertos – cualidades que a menudo echamos
en falta- para poder escuchar, mirar y ver tanta belleza encubierta. Cada cual
está hecho a semejanza de Dios, y cada cual se parece a un icono dañado. Pero
si se nos diera un icono dañado por el tiempo y los acontecimientos, o
profanado por el odio de los hombres, lo trataríamos con el corazón quebrado,
con ternura y reverencia. No prestaríamos atención al hecho de que esté dañado,
sino a la tragedia de que lo esté. Daríamos importancia a lo que perdura de
belleza, y no a lo que está destruido. Y así es como debemos actuar con los
demás”. (Anthony Bloom)
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22 mayo 2018
10 julio 2016
El callado amor que da Vida al mundo
En el
altar del corazón se celebra esta liturgia de fe pura. Aquí está la tumba en la
que la oración deposita el Cuerpo siempre sufriente de Cristo, con la certeza
de que el Autor de la Vida lo resucitará. Aquí está la tumba en la que el
Viviente desciende a nuestros infiernos para sacarnos de nuestra muerte. Porque
las noches de nuestras oraciones son verdaderamente el descenso de la Luz a las
profundidades de nuestras tinieblas.
Durante
el Sábado Santo, el Cuerpo del Hijo de Dios descansaba en la tierra; ya había
vencido a la muerte, pero todavía no se había manifestado como Resucitado. Lo
mismo la oración del corazón. Escondida en el silencio de los últimos tiempos,
destruye la muerte en sus profundidades, aunque todavía no estalla en la
alabanza de la Gloria. Configurada así con su Señor, el alma que ora se
convierte en esa “alma eclesial” de la que habla Orígenes. Como las portadoras
de aromas, aprende del Espíritu la creatividad de la ternura divina. La más
bella diaconía de la Iglesia en favor del mundo es ir a la tumba y permanecer
en el altar del corazón, no ya para embalsamar el Cuerpo de Jesús, sino para
curar a los muertos que pueblan la tierra ofreciéndoles desde ahora la
esperanza y la prenda de la Resurrección. El “callado amor” de la oración a
Jesús se dilata entonces en su espacio verdadero: dar la Vida a los miembros
heridos por la muerte, ser en su Cuerpo el lugar desde donde se derrama el
amor.
Jean Corbon, Liturgie de source
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