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Mostrando entradas con la etiqueta 02 San Juan de la Cruz. Mostrar todas las entradas
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16 abril 2017

Soy tuyo y para ti



Esta fue la experiencia que Juan de la Cruz vivió: la de un Dios que importuna por darse a sí mismo.
Él no da y reparte de una manera general, como el sol reparte sobre las montañas; Él deja a esta persona que soy yo en el valle y en la oscuridad. Se planta ante la persona como si no hubiese otras. Parece que ninguna otra cosa le preocupa; ‘que todo Él es para ella sola’. Dios llega poderoso, capaz de reconciliar cosas opuestas, dando vida por los aprietos de la muerte. Su abrazo abarca desde el Viernes Santo hasta el Domingo, y nada le hastía de una persona. Él no encuentra frustración o carga en la persona, sino causa de celebración gozosa. Juan se atreve a poner en boca de su Dios estas palabras: “Yo soy tuyo y para ti, y gusto de ser tal cual soy por ser tuyo y para darme a ti”.
Juan vivió esto. Se da cuenta de que para muchos esto puede resultar excesivo y trata por tanto de dar explicaciones. Pero la única que encuentra es Dios mismo: ‘Cuándo uno ama y hace bien a otro, hácele bien y ámale según su condición y propiedades; y así tu Esposo, estando en ti, como quien Él es te hace las mercedes’.
Iain Mathew, El impacto de Dios

20 noviembre 2016

S. Juan de la Cruz: lo que Dios obra en la persona...



Hay una imagen preciosa que usa san Juan de la Cruz y que me da mucho consuelo leer. Es la imagen del leño puesto al fuego. Yo la resumo mucho, pero es bellísimo leerla tal y como él la expresa, y da mucha luz. Está en Llama 1,18-26.
El fuego, que es Dios, porque ama mucho al leño, que es la persona humana, quiere engrandecerlo, igualándolo consigo, y que el leño participe de la forma de ser del fuego. Dios que nos quiere mucho, quiere igualarnos a Él, levantarnos a su nivel, regalarnos que podamos amar con su misma calidad de amor. Pero el leño y el fuego son muy diferentes. Hasta que el leño está bien seco y la llama puede prender y, unida a él, hacerle dar también luz y calor, ha necesitado estar al fuego, y ennegrecerse y echar humo, y chisporrotear... El fuego ha tenido que purgarlo, que purificarlo, antes de prender bien en él.  Por eso, en palabras de san Juan de la Cruz: “el mismo Dios, que quiere entrar en el alma por unión y transformación de amor, es el que antes está embistiendo en ella y purgándola con la luz y el calor de la dicha llama, así como el mismo fuego que entra en el madero, es el que la dispone antes”. Esa llama que cuando la persona ha vivido ya el proceso de purificación, es un regalo inmenso, antes se experimenta como noche oscura, como “largas y profundas, dolorosas purificaciones”.

Si quieres acceder al texto de S. Juan de la Cruz al que se refiere, puedes ir a   Llama 1,18-26
Si quieres escuchar, cantado, el poema de S.Juan de la Cruz, puedes ir a video del poema Llama de amor viva

19 marzo 2016

En el año de la Misericordia: San Juan de la Cruz

Cuando tú me mirabas, es a saber, con afecto de amor, porque ya dijimos que el mirar de Dios aquí es amar, su gracia en mí tus ojos imprimían. Por los ojos del Esposo entiende aquí su divinidad misericordiosa, la cual, inclinándose al alma con misericordia, imprime e infunde en ella su amor y gracia, con que la hermosea y levanta tanto, que la hace “consorte de la misma divinidad”.
Es de saber que la mirada de Dios cuatro bienes hace en el alma, es a saber: limpiarla, agraciarla, enriquecerla y alumbrarla; así como el sol cuando envía sus rayos, que enjuga y calienta y hermosea y resplandece.
Puso en mí él tanto sus ojos después de haberme mirado la primera vez, que no se contentó hasta desposarme consigo.
¿Quién podrá decir hasta dónde llega lo que Dios engrandece un alma cuando da en agradarse de ella? No hay ni poderlo aun imaginar; porque, en fin, lo hace como Dios, para mostrar quién él es.
(Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 32 y 33)

08 diciembre 2015

SAN JUAN DE LA CRUZ: AMAR CON EL AMOR RECIBIDO DE DIOS

Hay, para Juan, dos cosas muy claras sobre el amor. Las vemos ahora. La primera es que el amor es algo que Dios hace; es una actividad de Dios.
Esto es algo importante para Juan cuando en sus últimos días se le pidió lo imposible a su amor. Frente a la campaña de difamación lanzada por sus hermanos de hábito y frente a la animosidad de sus superiores cuando la enfermedad le inmovilizaba, Juan supo mantenerse tranquilo y supo perdonar. Vale la pena repetir su carta: vemos que estaba convencido de que el amor con que amaba era un amor recibido de Dios.
“Ame mucho a los que la contradicen y no la aman, porque en eso se engendra amor en el pecho donde no le hay, como hace Dios con nosotros, que nos ama para que le amemos mediante el amor que nos tiene”  (Carta 33 a una monja carmelita, 1591).
El amor es la actividad de Dios: ‘nuestro’ amor es algo así como una cometa, suspendida en la brisa del amor de Dios por nosotros.
Esta actividad de Dios recibe el nombre de Espíritu Santo. El amor es ante todo el don de sí mismo penetrando en el alma. “La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”  (Rm 5,5)
Nuestro amor, sea a Dios sea a lo creado por Dios, es una consecuencia de ese derramamiento… El don del Espíritu crea en mí la capacidad de recibir el don. El amor es actividad divina.
Así tiene que ser si produce lo que dice Juan: es ‘por amor’ que la persona ‘se une a Dios’. Si Dios está muy por encima de nosotros, está claro que sólo Dios puede unirnos a él. Solamente cuando Dios se derrama en nosotros es posible nuestra colaboración a la unión. Esto es: amar es nuestro ‘sí’, recibido del Espíritu, al Dios que se nos da.

(Iain MATHEW, El impacto de Dios. Claves para una lectura actual de san Juan de la Cruz, ed. Monte Carmelo, pp. 175-176)