Para Teresa, el Amor
es primero la misericordia, es decir, la locura del amor del Padre que busca al
hijo pródigo porque está herido, enfermo y pecador.
El amor consiste en
que no amamos. Mientras no hayamos asimilado esta palabra, experimentando
nuestra incapacidad de amar, mientras estas palabras no se sientan a gusto en
nuestro corazón, tampoco la caridad se sentirá a gusto en nuestro corazón y no
circulará en nosotros.
Tenemos que hacer la
experiencia de que no amamos, de que somos incapaces de romper el círculo que
nos encierra sobre nosotros y aceptar esa evidencia, dejándonos vencer
enteramente por ella. De lo contrario la caridad será en nosotros como un buen
deseo, un germen estéril incapaz de producir frutos auténticos.
Uno se pone entonces
a amr a Dios y al prójimo con un amor que es una respuesta infinitamente pobre,
temerosa e insuficiente, al Amor infinito que envuelve nuestro corazón de
piedra.
Este ha sido el
secreto de Teresa al descubrir el Amor misericordioso. Nos admiramos siempre a
qué cima de amor ha llegado, pero apenas sospechamos a qué profundidad de
miseria ha descendido para poder elevarse a esa altura de amor.
“Si todas las almas
débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas, el alma
de vuestra pequeña Teresa, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la
cumbre de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes obras, sino solamente
abandono y agradecimiento” (Ms B 1v).
J.
Lafrance, Mi vocación
es el amor, EDE, pp 12-13.