Cuanto más
profundamente esté el alma unida a Dios, cuanto más enteramente se haya
entregado a su gracia, tanto más fuerte será su influencia en la configuración
de la Iglesia. Y viceversa, cuanto más profundamente esté sumergida una época
en la noche del pecado y en la lejanía de Dios, tanto más necesita de almas que
estén íntimamente unidas a Él. Aun en estas situaciones, Dios no permite que
falten tales almas. En la noche más oscura surgen los grandes profetas y los
santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece, en
gran parte, invisible. Seguramente, los acontecimientos decisivos de la
historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las
cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que
hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es
algo que sólo experimentaremos en el día en que todo lo oculto será revelado.
Hoy vivimos de nuevo
en una época que necesita con urgencia de la renovación que surge de las
fuentes escondidas de las almas unidas con Dios. Hay mucha gente que tiene
puestas sus últimas esperanzas en estas escondidas fuentes de la salvación.
Esta es una amonestación muy seria: a nosotras se nos exige una entrega sin
reservas al Señor que nos ha llamado, para que pueda ser renovada la faz de la
tierra. En total confianza debemos abandonar nuestra alma a las inspiraciones
del Espíritu Santo. No es necesario que experimentemos la epifanía de nuestra
vida. Podemos vivir en la certeza de fe de que lo que el Espíritu de Dios obra
escondidamente en nosotros, produce sus frutos para el Reino de Dios. Nosotros
los veremos en la eternidad.
Santa Teresa Benedicta
de la Cruz (Edith Stein), Vida escondida
y epifanía.