El mundo está en llamas. ¿Te
sientes impulsada a apagarlas? Mira a la cruz. Desde el corazón abierto brota
la sangre del Redentor. Ella apaga las llamas del infierno.Haz libre tu corazón
con el fiel cumplimiento de tus votos; entonces se derramará en tu corazón el
caudal del Amor divino hasta inundar y hacer fecundos todos los confines de la
tierra.
¿Oyes el gemir de los
heridos en el campo de batalla? Tú no eres médico, ni enfermera, y no puedes
vendar sus heridas. Tú estás encerrada en tu celda y no puedes alcanzarlos.
¿Oyes la llamada agónica de los moribundos? Tú quisieras ser sacerdote y estar
a su lado. ¿Te conmueve el llanto de las viudas y de los huérfanos? Tú quisieras
ser un ángel consolador y ayudarles. Mira al Crucificado.
Si estás esponsalmente
unida a Él en el fiel cumplimiento de tus santos votos, es tu sangre su sangre
preciosa. Unida a Él eres omnipresente como Él. Tú no puedes ayudar como el
médico, la enfermera o el sacerdote aquí o allí. En el poder de la cruz puedes
estar en todos los frentes, en todos los lugares de aflicción; a todas partes
te llevará tu amor misericordioso, el amor del corazón divino, que en todas
partes derrama su preciosísima sangre, sangre que alivia, santifica y salva.
Los ojos del Crucificado te
están mirando… ¿Quieres…?