Isabel de la Trinidad, en lo más crudo de su enfermedad a los 26 años, pudo decirle a Dios: “Agota toda mi sustancia para tu gloria: que ella destile gota a gota para tu Iglesia”. Se unía así a la experiencia de S. Pablo: “Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo…” (Col 1,24)
¿Qué es lo que hace posible esa alegría? ¿De dónde nace?
Ella ha creído en el “demasiado grande amor” de Dios para con ella. Y sabe que
no sólo ella es amada así, hasta ese punto. Sabe que cada uno somos amados con
ese amor de predilección, sean cuales sean las condiciones en las que nos es
dado vivir. Así lo expresa ella a su priora en su testamento espiritual,
escrito poco antes de su muerte:
Déjate amar más que estos. Así quiere el Señor que lo
alabes. Él se alegra de construir en ti, por su amor, y es Él solo quien quiere
obrar aunque no hayas hecho nada para obtener esa gracia, sino lo que hace la
criatura: pecados y miserias… Él te ama
así. Él lo hará todo en ti, y llegará hasta el final. Una persona amada hasta
ese punto, de esta manera, amada con un amor inmutable y creador, con un amor
libre que transforma como a Él le agrada ¡qué lejos llega!
La fidelidad que te pide el Maestro es la de permanecer
en comunión con el Amor, de derramarte, de enraizarte en ese amor. No serás
superficial si estás despierta en el amor.
Y en las horas en que no sientas más que el decaimiento o
el cansancio, le agradarás más todavía, si eres fiel en creer que Él obra aún, que te ama de todos modos, y
más todavía: porque su amor es libre y es así como quiere mostrarse grande en
ti. Y te dejarás amar más que estos. Esto significa vivir en lo profundo de tu
corazón.
(Cf. Isabel de la Trinidad, “Déjate amar”)
16 de octubre CANONIZACIÓN DE ISABEL DE LA TRINIDAD
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