Dinos lo que sabes de Dios. ¡Cuéntanos cómo es su AMOR!
Dinos cómo hiciste para que la semilla de Dios creciera tanto en tu corazón. ¿Qué
te enseñaron tus padres, Francisco Catez y María Rolland?
¿Por qué te apasionó tanto tu bautismo? ¿Y tu primera
comunión? ¡Qué beso de amor te dio Jesús! ¿Y el Espíritu Santo? Se te hizo
música en el corazón, y tú danzaste su danza de Amor.
Sensible a la familia… sensible a la amistad… sensible a la
música… sensible a la belleza de la naturaleza… Fuiste, sobre todo, sensible al
misterio de Dios en tu vida. Al mirar tus ojos, lo vemos a Él.
Todo lo viviste con María, la mujer que conoció el don de
Dios. Con ella te pusiste en camino hacia el Carmelo, hacia la soledad sonora,
con ojos de enamorada, para ser sólo de Jesús y, en Él, ser de todos.
Entraste en el silencio para escuchar la voz de Jesús y
dejarte mirar por su Amor. Con puño y letra escribiste tu compromiso: ¡Jesús,
el Amor de mi vida! Siempre Jesús, en comunión con Él.
Aceptaste ser humanidad de Jesús para que se renovara en ti
su misterio de Amor. “Cree que Él te ama”, “Cree en su Amor”, nos susurras al
oído.
El gran hallazgo de tu vida: ¡la Trinidad! El tesoro de la
Trinidad embelleció tu vida. Tu nuevo nombre: ¡Alabanza de Gloria! ¡Cómo
cantaste la belleza de Dios! ¡Qué afán el tuyo por compartir, con todos, lo
encontrado! ¡Qué interés por enseñarnos a hallar el cielo en la tierra!
Cuando te visitó la enfermedad, no se te oscureció el Amor.
Tu gran lección para todos: Mirad al Amor. Dejaos amar por el Amor. Vividlo
todo con Jesús.
Tus últimas palabras: Voy a la luz, al amor, a la Vida.
¡Dichosa tú! La Iglesia te ha reconocido como mujer llamada
a ayudar a muchos a vivir el misterio de la Trinidad que nos habita. ¡Qué cerca
te sentimos, Isabel! ¡Cómo despiertas la belleza y dignidad de cada ser humano!
¡Eres nuestra amiga! ¡Gracias!
(De la revista “Orar”)