Circunstancias más contrarias a la fundación de una alianza no era posible imaginar. Jesús sabe que será traicionado, que va a ser abandonado por todos sus discípulos, negado por Pedro, acusado falsamente, condenado injustamente, humillado y asesinado. Precisamente Él anticipa estos acontecimientos crueles e injustos en la Última Cena y los transforma en don de amor, en ofrenda de alianza. Tal transformación es una victoria completa sobre la muerte, porque invierte completamente el sentido: de un evento de ruptura realiza un evento de comunión en el amor. En el don de sí hasta la muerte, el amor venció la muerte y produjo una nueva vida que ahora la muerte no puede cuestionar.
Animado por la fuerza del Espíritu Santo, Jesús tuvo el
impulso interno necesario para transformar la propia muerte de condenado en
ofrenda de sí mismo a Dios, en sacrificio de alianza, en favor de todos los
hombres.
Nosotros también debemos tener esta idea del sacrificio y de
la ofrenda, una idea positiva, plenamente dependiente de la acción del Espíritu
de Dios. ¿De qué modo podemos obtener la acción del Espíritu Santo? Como la
obtuvo Jesús. El medio que utiliza es una ofrenda de “ruegos y súplicas con
poderoso clamor y lágrimas” (Hb 5,7). A través de esos intensos ruegos, Cristo
abrió todo su ser humano, todos sus sufrimientos y su misma muerte, a la acción
del Espíritu Santo.