Mientras caminamos somos guiados por las luces que otros nos encienden o que nosotros mismos elegimos, pero siempre puede sobrevenir una luz mayor que sugiera otro horizonte más amplio, más pleno. Si esa luz llama a tu puerta y te ciega, síguela, aunque de momento te sientas algo perdido, ridículo o incluso aprendiendo a andar y a vivir. Eso hace por nosotros el Amor: nos ciega para quemar las impurezas de nuestros ojos y devolvernos los nuevos paisajes, los que siempre habían estado ahí, pero nuestra miopía difuminaba, nuestras cataratas negaban...
Si llega a ti el Amor y ciega tu andar, no agarres el bastón,
no reproches su dureza, acoge serenamente, si puedes, su misterioso designio y déjate caminar, déjate ir a donde no
sabes.
No frotes tus ojos, las escamas son curativas. El Amor sabe
hacer y quiere hacerte. Estás en el troquel de tu Hacedor, ¿por qué no fiarte y
esperar? Tal vez Él mismo espera que puedas estrenar alguna lágrima congelada o
alguna sonrisa dormida, señal de que vuelves al “nuevo sentir”, sin el cual no
podría sembrar en ti el tesoro infinito de su Palabra, como se deposita el niño
en el regazo de su madre después de haberlo gestado.
¿Cómo depositaría el tesoro infinito de su Palabra en tu
entraña, sin volver a curarte de ti mismo, de tu arraigo en ti?
Con un toque nos vuelve a la tierra madre, y, sin violentarnos,
nos hace otra vez vírgenes, libres para la escucha. Esto hará invitándonos a beber
hasta las lágrimas nuestra soledad y torpeza, único umbral para comprender
nuestra verdadera belleza y poder.
He aquí la misteriosa eficacia de su irrupción (caricia y
huracán) anuncio de algo nuevo, siempre…
Ser llevado de la mano y esperar una palabra de luz
imprevista, supone deponer, dejar a un lado mi programación, mi querer saber. Es
una invitación a vivir en la seguridad de Otro que me guía hacia donde Él
sabe.
Miguel Márquez, ocd, El riesgo de la confianza.