Os invito a hacer un acto de fe en este Espíritu Santo que
está en nuestras almas. El Espíritu Santo no es una idea, o una realidad que
vive en las regiones superiores; es Alguien
que está en nosotros, que es la vida de nuestra alma, que es el huésped de
nuestra almany actúa sin cesar en nosotros. Por tanto, debemos tomar la
resolución de vivir con este Espíritu Santo, de encontrarnos con Él algunas
veces, de encontrarnos con Él a menudo.
Cuando entramos en nosotros mismos, como sin duda sucede
para nuestra oración o para sondear nuestros sentimientos y ver dónde estamos,
lo que debemos buscar en primer lugar y casi únicamente, es este Espíritu Santo
que está vivo en nosotros. Está ahí, al amigo, está ahí, el huésped; está ahí,
el arquitecto de la Iglesia; está aquel que obra nuestra santificación. Está
ahí, el que hace la Iglesia, esta gran obra a la que nos asocia.
Pidamos a este Espíritu Santo, si no revelarnos su presencia
por un Pentecostés, por manifestaciones exteriores como en el día de
Pentecostés, que se digne revelarnos su presencia, darnos, al menos, la fe en
Él.
Pues como dice Nuestro Señor, el que tiene el Espíritu y el
que cree en Él, ríos de vida brotarán de su seno, el Espíritu Santo se derrama
en esa alma. Oleadas de vida y de luz descienden sobre las almas, por el
Espíritu Santo, pero también por esa alma que ha abierto, por así decir, esas
esclusas divinas por la fe en el Espíritu Santo.
P. Marie-Eugène de l’E.J., Au souffle de l’Esprit
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