Cuando se
interpreta la Palabra de Dios, no se debería buscar adaptar la Palabra a la
estrechez mental de nuestra vida, a nuestros corazones manchados. No es la
interpretación existencialista lo que la Palabra requiere de nosotros. Por el
contrario, es nuestra vida la que necesita adaptarse a la Palabra, de manera
que pueda ser dicha por nosotros de manera histórica con la misma verdad con
que la encontramos expresada en el texto de la Escritura. El principio
teresiano de interpretación de la Escritura es mariano: “Hágase en mí según tu
palabra”. No sorprende que sea exactamente en este contexto que Teresa utilice
el ejemplo de María recibiendo la Palabra del Señor proclamada por el ángel
para explicar cómo deberíamos comportarnos frente a la sabiduría misteriosa VIda de
la Palabra de Dios:
“Aquí viene bien el acordarnos cómo lo hizo con la Virgen nuestra Señora
con toda la sabiduría que tuvo, y cómo preguntó al ángel: ¿Cómo será esto? En
diciéndole: El Espíritu Santo sobrevendrá en ti; la virtud del muy alto te hará
sombra, no curó de más disputas […] ¡Oh Señora mía, cuán al cabal se puede
entender por Vos lo que pasa Dios con la Esposa, conforme a lo que dice en los
Cánticos!” (MC 6,7-8).
Permanecer
delante de la Palabra de Dios como delante de la Eucaristía; permitirle que sea
ella quien nos asimile a sí misma, transformándonos, convirtiéndose de esta
manera en el principio dinámico de nuestra vida como seres humanos y como
creyentes; disfrutar, finalmente, de su presencia, encontrando en ella la
alegría misma, contentándonos sólo con que Dios nos permita dirigirle palabras
como ésta: Bésame con el beso de tu boca. Creo que éstos son los elementos más
importantes de la experiencia teresiana de la Palabra de Dios y de su forma de concretar
el precepto de la Regla Carmelitana.
Saverio Cannistrà, Vida contemplativa y Palabra de Dios (2017)