La angustia invade a
los deportados de Judá en Babilonia. El profeta Ezequiel le invita a salir del
abismo. Les apremia a seguir creyendo en la vida: es a la vida a lo que están
llamados; Yahvé no se complace en la muerte de nadie (Ez 18,32; 33,10-20).
Y Ezequiel les muestra
el camino de su resurrección: “Estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo”
(Ez 18,31). Son unas palabras de una sencillez desconcertante.
A partir de ahora,
aquello en lo que debe apoyarse del todo la vida religiosa ya no es el Templo,
ni Jerusalén, ni los sacrificios ni los holocaustos; es el corazón, es decir,
lo más íntimo, lo más profundo y lo más personal que hay en el ser humano.
También lo más duradero. Cuando todo está perdido, aún queda el corazón. Desde
él, y sólo desde él, puede recomenzar la vida.
Ahora bien, la vida no
recomenzará si no es desde un corazón nuevo. “Estrenad un corazón nuevo”: estas
palabras son una llamada a una renovación en profundidad. Remiten al ser humano
al misterioso poder de renovación que habita en su propio corazón. En este poder
residen una posibilidad de salvación y una gracia de resurrección
permanentemente ofrecidas. A cada uno corresponde hacer suyas esta posibilidad
y esta gracia; decidirse personalmente por la vida o por la muerte. Cada cual,
en cada instante, puede y debe elegir. Y sea cual fuere su pasado, en todo
momento puede renacer o morir. Es algo que depende exclusivamente de él. La
relación del hombre con Dios reposa únicamente en lo más íntimo de cada uno: en
la orientación profunda de su corazón. Cada uno, en cada instante, puede
empezar un futuro nuevo.
Pero ¿serán capaces de
entender un lenguaje como este? ¡Están tan alejados de su propio corazón…!
Decidir por uno mismo y a solas…: ¡difícil tarea. No han aprendido a servirse
de su corazón, a apoyarse en él. No saben escuchar, pensar, vivir con su propio
corazón. Siguen buscando una seguridad exterior… No conocen a Yahvé con el
corazón. No comprenden nada. Se sienten solos. Tienen miedo.
“¿Por qué quieres
morir? La noche está llena de secreto. ¡Abre tu corazón a lo desconocido!”.
Lo desconocido es el
futuro que está pidiendo nacer. Es el Espíritu que planea sobre las aguas y las
bate cons sus alas gigantes. Siempre parece golpear desde fuera, pero llama
desde dentro. Tiene el rostro del otro, del extranjero, incluso del enemigo; y,
sin embargo, es el íntimo, la profundidad inexplorada. El Espíritu es la
llamada creadora en la criatura, el impulso irresistible de nuestro ser hacia
un ser mayor.
La hora en la que el
ser humano ya no sabe quién es, en la que vaga errante como una sombra entre
sus propias ruinas, esa hora de la gran soledad y del vacío es también la hora
de los grandes comienzos. Es la hora en que nos visita lo desconocido, la hora
en que el futuro nos atrae hacia sí. Es la hora en que el Espíritu nos hace
señas porque quiere hacerse en nosotros “corazón nuevo”, “espíritu nuevo”.
(Cf E. Leclerc, El pueblo de Dios en la noche)