Son testimonio de esto... |
¿Qué es la
libertad? No es actuar según nuestros caprichos, sin freno alguno, sino
permitir que lo mejor, lo más hermoso y más profundo de mí pueda emerger
libremente y no verse ahogado por cosas más superficiales: temores,
apegamientos egoístas, falsedades, etc. Si me someto a Dios, esta sumisión va
exactamente a «decaparme» de toda una costra que paraliza, para dar paso a lo que
hay de auténtico en mí.
Indudablemente, si me someto a la voluntad de Dios, una
parte de mí mismo se va a oponer. Ésa es, precisamente, la parte negativa que
me condiciona y me limita y de la que me voy a liberar progresivamente. En
cambio, la voluntad de Dios no se opone jamás a lo que hay en mí de bueno: la
aspiración a la verdad, a la vida, a la felicidad, a la plenitud del amor, etc.
La sumisión a Dios poda cosas en mí, pero nunca ahoga lo mejor de mí mismo: las
profundas aspiraciones positivas que me habitan. Al contrario, las despierta,
las fortalece, las orienta y las libera de los obstáculos a su realización.
Esto está confirmado por la experiencia: el que camina
con el Señor y se deja conducir por Él, experimenta progresivamente un
sentimiento de libertad; su corazón no se reduce, no se ahoga, sino, al
contrario, se dilata y «respira» continuamente más. Dios es el amor infinito, y
en Él no hay nada de estrecho ni reducido, sino que todo es ancho y amplio. El
alma que camina con Dios se siente libre, siente que no tiene nada que temer,
sin que, al contrario, todo le está sometido porque todo concurre a su bien,
las circunstancias favorables como las desfavorables, el bien como el mal.
Siente que todo le pertenece porque es hija de Dios, que nada puede limitarla
porque Dios le pertenece. No está condicionada por nada, sino que hace todo lo
que quiere, porque lo que quiere es amar, y eso está siempre en su poder. Nada
puede separarla de Dios al que ama, y siente que si estuviera en prisión sería también
feliz, porque de todos modos ninguna fuerza del mundo puede arrebatarle a Dios.
(Jacques Philippe)