Esta fue la experiencia que Juan de la Cruz vivió: la de
un Dios que importuna por darse a sí mismo.
Él no da y reparte de una manera general, como el sol
reparte sobre las montañas; Él deja a esta persona que soy yo en el valle y en
la oscuridad. Se planta ante la persona como si no hubiese otras. Parece que
ninguna otra cosa le preocupa; ‘que todo
Él es para ella sola’. Dios llega poderoso, capaz de reconciliar cosas
opuestas, dando vida por los aprietos de la muerte. Su abrazo abarca desde el
Viernes Santo hasta el Domingo, y nada le hastía de una persona. Él no
encuentra frustración o carga en la persona, sino causa de celebración gozosa. Juan
se atreve a poner en boca de su Dios estas palabras: “Yo soy tuyo y para ti, y gusto de ser tal cual soy por ser tuyo y para
darme a ti”.
Juan vivió esto. Se da cuenta de que para muchos esto
puede resultar excesivo y trata por tanto de dar explicaciones. Pero la única
que encuentra es Dios mismo: ‘Cuándo uno
ama y hace bien a otro, hácele bien y ámale según su condición y propiedades; y
así tu Esposo, estando en ti, como quien Él es te hace las mercedes’.
Iain Mathew, El impacto de Dios