La Navidad encierra unas
claves certeras y luminosas para nuestra oración. Hay que leer pausadamente los
relatos evangélicos y adentrarse en su significado para nosotros, porque hablan
de unas actitudes necesarias si queremos ver hoy al Niño Dios, de modo semejante
a como le vieron los pastores y los magos de los Evangelios.
Pensad que podemos ser los
dueños de esa posada llena de distracciones, justificaciones y descentramiento…
por cuya puerta pasa rozando el misterio de Dios, sin entrar.
Orar en Navidad con esas
claves puede ser una experiencia sobrecogedora. No porque Dios se doblegue más
en Navidad que en otro tiempo, sino porque cuando encuentra actitudes similares
a las de María y José, cuando se le prepara nido, pesebre, con los únicos
materiales del amor, la fe, la esperanza, cuando aceptamos que la lógica de
Dios no es la nuestra, cuando le acogemos sin manipularlo, sin controlarlo,
dejándonos interpelar, aceptando la provocación y la seducción amorosa,
entonces orar puede llegar a ser una auténtica experiencia de Dios, que tampoco
podemos pretender retener, sino sencillamente vivir y acoger, y dejar pasar,
para seguir atentos, despiertos.
Dios se hace indefenso para
que te acerques sin miedo y desprotegido. Dios se hace niño para que comprendas
que en la simplicidad y en la sencillez está el diálogo con Dios. Dios se hace
débil; esa es su forma de reclamar nuestro amor.
(M. Márquez, ocd)